Daba yo por sentado que esto sería darle un tiento a las cartas, escribir una vez por semana y seguir con mi vida como si nada. Tonto de mí, no podía imaginar la de alegrías que me iba a deparar algo tan banal como retomar un hobby de la niñez. Las sorpresas que me esperaban en el dorso de una carta de Magic: The Gathering.
Los últimos días han sido una gozada, desde vuestros mensajes animándome con la experiencia hasta la satisfacción de volver a jugar y ganar partidas, pero ni de lejos habría imaginado que mi crónica de Magic me abriría una ventana al pasado tan emocionante como la que viví hace una semana.
Magic haciendo honor a su nombre
En un momento en el que al entusiasmo se le sumaba el miedo, me plantaba ante el reto de volver a jugar a Magic con dos temores bloqueándome por completo. Por un lado el de hacer un ridículo espantoso con las cartas sobre el tapete. ¿Qué hago yo jugando a esto después de todo este tiempo? Con todo lo que ha cambiado el juego… ¿Road to Mythic? ¡Más bien Road to Manquism!
Por el otro el pavor de intentar contactar con una persona -aquél viejo amigo del que os hablaba- cuya respuesta desconocía por completo. No es fácil volver a un pasado que, pese a no haberse cerrado de malas maneras, sí parecía lo suficientemente lejano como para arrojar serias dudas sobre su continuidad. ¿Cómo voy a escribirle después de tanto tiempo? ¿Cuál será su reacción?
Y de repente, entre una duda y otra, chocando con los comentarios de ánimo, Magic haciendo honor a su nombre:
“¡Qué pasa Rubén! ¿Cómo va? Buah, he leído tu artículo de Magic y me ha llegado al alma. Qué recuerdos, tío. Cómo pasan los años…”
El mensaje, que se alargaba un poco más que eso -y al que le han sucedido unos cuantos más desde entonces-, son las primeras palabras que cruzo en más de 15 años con uno de mis mejores amigos de la infancia. Una de esas magníficas personas de las que recuerdas mil y una anécdotas y que, por caprichos del destino, acaban más lejos de ti de lo que desearías.
Su recuerdo en forma de tick de WhatsApp llegaba antes incluso de contactar con ese otro amigo del que os hablaba hace siete días y, aunque involuntaria, fue la chispa que prendió la mecha. El miedo se transformó en ilusión.
¿Y por qué no? ¿Y por qué no engorilarme, y empollar y disfrutar este juego hasta conseguir dominarlo? ¿Qué hay de malo en escribir a un viejo amigo para preocuparme por él y retomar el contacto? Y qué narices, ¿por qué no hacerlo con todos ellos? ¿Qué me impide intentar reunir a la banda otra vez?
Aunque sólo fuese para ponernos al día, rememorar batallitas y echar unas partidas, todo eso estaba a un clic de distancia.
Mis primeros segundos pasos
Con casi todos esos amigos ya contactados, y la firme promesa de una quedada cuando las circunstancias lo permitan -cuidaos mucho-, tocaba ponerse manos a la obra, tirar por la ventana cualquier atisbo de duda, y lanzarme a la Arena. Estaba a punto de vivir mi primera partida de Magic tras más de dos décadas.
Mientras disfruto del ágil tutorial que me vuelve a poner en situación, empiezo a valorar hasta qué punto es importante aquello de dar ese primer paso y saber perder el miedo. Te vale para animarte a hablar con alguien, pero también para abrir las instrucciones de uno de esos juegos de mesa que compraste por capricho y aún no has jugado, por la pereza de leer las instrucciones o el temor a no entender cómo funciona.
Sé de lo que hablo porque, pese a dejar Magic atrás, los juegos de mesa han seguido ocupando una parte importante en mi ocio, y las primeras partidas contra bots se encargan de demostrar que tal vez no me había alejado tanto. Esto, más allá del coleccionismo, los campeonatos y el dinero que se mueve entre un mundo y otro, sigue siendo un juego de mesa esperando a ser disfrutado con amigos.
Las primeras manos y robos me transportan a aquella partida de la que os hablaba el otro día, esa en la que gané a mi amigo -que me daba sopas con hondas a nivel de experiencia y mazo- gracias a la suerte.
Hablaba de ello por aquí no hace mucho, comentando cómo los videojuegos simulan la suerte para crear una mayor variedad de situaciones y permitir, como por arte de magia, que un novato tenga posibilidades de vencer a un experto.
Reconozco que, pese a que probablemente me veáis lamentar mi mala suerte en directo (empezamos este jueves 15 de julio a las 12:30h CEST en elstream, venid a echarme un cable y verme manquear), si no hubiese ese componente de buena fortuna capaz de darle la vuelta a una partida, probablemente me rendiría tras la tercera paliza.
Agarrémonos a la suerte del principiante y a ver qué ocurre. Por qué no. Al final son esos giros de guión los que te dan la vida. Esos momentos en los que una carta sale de la baraja para cambiar las tornas, poniéndote la partida en bandeja frente a las felicitaciones del contrario por el vuelco que acaba de presenciar.
Esos en los que crees que escribir a un viejo amigo es un error, que te va a mandar a freír espárragos o, peor aún, ni siquiera te va a contestar, y que de repente sea otro el que aparezca de la nada para decirte lo alucinante que sería poder vernos todos otra vez.
La suerte de estar en el sitio y el momento perfecto.
La suerte del principiante
Con los bots correspondientes a cada color ya derrotados y un buen puñado de mazos con los que empezar a trastear ya en mi colección, aparecen los primeros bloqueos con esa evolución del juego a la que he permanecido ajeno todos estos años. Tengo la sensación de que necesitaría una hora más de tutorial para entender todos los formatos y modos de juego disponibles.
Tiro por lo básico, porque al final jugar es jugar y ahí no hay pérdida posible, así que evitando el meterme en camisas de once varas dejo de lado todo lo relacionado con partidas clasificatorias, drafts, y demás experimentos de los que aventuro las altas posibilidades de salir escaldado.
Ojo, en este caso no es miedo, es sentido común, no se puede aprender a correr antes de saber andar. Además, a duras penas conozco cuáles son las sinergias entre cartas o de qué palo van los colores hoy en día.
De entrada veo que no hay ni rastro de mi mítico mazo de mercenarios de los 90 -pues claro, qué esperabas-, pero me llevo una alegría al ver que una de mis cartas favoritas sigue viva y petándolo tanto como en mi época.
Pesadilla, un precioso caballo de fuego volador cuyo poder y defensa es igual al número de pantanos que tengas en mesa. Si tengo que elegir el arte de la carta, me quedo con el del pasado, pero la mera idea de ver una conexión entre lo que jugaba con 13 años y lo que ahora aparece en pantalla es una sensación de lo más reconfortante.
Sí reconozco tener ciertos problemas para pillar las explicaciones de las cartas al vuelo y, teniendo en cuenta lo importante que es a veces la síntesis para mi trabajo, al repasar algunas de las conseguidas en sobres de regalo me entran ganas de darles un buen meneo para simplificar su mensaje. Sea cosa de su explicación o de mi edad -las cosas claras y el chocolate espeso-, me he visto leyendo algunas dos o tres veces para acabar de comprender las mecánicas implicadas.
Pero eh, ríete tú del miedo y la falta de comprensión lectora provocada por la vejez. Que no se me da mal. Con más victorias que derrotas en mi camino al completar las primeras misiones, y ganando un buen puñado de sobres con los que acudir a mi cita en directo, los duelos contra otros jugadores ceden a varios momentazos que ojalá hubiese grabado para compartirlos por aquí -tomo nota-.
Puedo asegurarte que, hace una semana, ni de lejos me imaginaba saltando de la silla tras un robo fortuito capaz de darme una partida ajustadísima. La suerte del principiante, dicen. Esperemos que siga acompañándome unas horas más para poder dejar el pabellón bien alto en mi puesta de largo de mañana.
Esa es precisamente la magia de Magic, capaz de hacerte vibrar con la llegada de una carta a tus manos, y de emocionarte a lágrima viva por un mensaje que ya pensabas que nunca recibirías. No sé cuánto durarán la suerte y la emoción, pero por ahora dejad que las disfrute.
Esta es una iniciativa en colaboración con Wizards of the Coast.
Fuente: vidaextra.com